Thursday, October 6, 2011

Oct | 06 | Ríe, ama, vive y déjale el resto a Dios

Palabra para meditar – VIVIR

Eclesiastés 7:2
“Vale más ir a un funeral que a un festival. Pues la muerte es el fin de todo hombre, y los que viven debieran tenerlo presente.”

Ríe, ama, vive y déjale el resto a Dios

Una vez, hace mucho tiempo, trabajé en un restaurante especializado en pescado y papas a la francesa. Trabajaba con mujeres con várices, cabello con permanente y pintado, y pechos prominentes, quienes bien podían darte una buena paliza si te equivocabas. Trabajé en el restaurante de pescado y papas a la francesa Boden, antes de unirme a la Marina Real, y fueron precisamente estas mujeres de pechos grandes, las que incrementaron mi colorido léxico de manera tan considerable, que mientras estuve al servicio de Su Majestad, no me quedé corto en palabras aptas o selectas, y alcancé también tal capacidad lingüística, que entendía completamente lo que los instructores de la plaza de armas intentaban transmitirme con toda sinceridad. Muchas noches durante el entrenamiento básico, recuerdo haberme sentido muy complacido de tener conmigo una copia de mi acta de nacimiento, la cual leía muy a menudo sólo para asegurarme de que los nombres por los cuales los instructores de la plaza de armas me llamaban, ¡no eran verdad! Sí, era pequeño, pero contrario a las sugerencias fuertes y enérgicas que escupían en mi cara, también era legítimo.

Ahora bien, fue una de esas mismas señoras de grandes pechos de aquel restaurante de pescado y papas a la francesa de Boden, quien delante de una taza de té, humeante y grasosa, me compartió sus terrores, con ojos grandes e inyectados de sangre que casi estallaban por el susto al recordar su pesadilla más inquietante. Hablar de ello parecía ayudar, y por eso me contó que había visitado médicos para que la ayudaran con el asunto, pero no había servido; y de hecho, incluso así, aún insistía en que cuando muriera, fuera colocada en un cofre de vidrio, con orificios de aire en la parte superior. Adicionalmente, la tapa de su cofre debería tener un pestillo que pudiera abrirse desde el interior, y el lugar en donde la dejaran debería estar muy por encima del suelo, incluso en la cima de una montaña. Sí, esta mujer, de clase obrera, lavadora de platos, dura y tenaz, gruñona y tosca, tenía un terror agobiante a ser enterrada viva.
Tomás A. Kempis, ese monje romano católico fallecido hace tanto, es tan respetado por los protestantes, que su libro La Imitación de Cristo es aún el pan cotidiano en las clases de disciplina espiritual en la mayoría de los seminarios modernos. Tomás aún habla de Jesús el día de hoy, y su vida de tranquila contemplación todavía es envidiada y perseguida por muchos peregrinos del mundo actual. Ustedes podrían pensar que la Iglesia Romana ya habría canonizado a un hombre así, pero no. Tomás falló la prueba tan pronto como su cuerpo fue exhumado, porque verán, la gente que hace la recomendación para la beatificación de viejos monjes, consideró que Tomás no había aceptado su destino muy bien; ciertamente y de cualquier forma, no lo suficientemente bien como para hacerlo santo. Verán, cuando exhumaron su cuerpo y quitaron la tapa, hubo indicios más que suficientes, tanto en la madera del ataúd como en el cuerpo mismo, de que este pobre hombre ¡había sido enterrado vivo! Como mucha gente de ese tiempo, Tomás podría haber parecido muerto, pero como mucha gente de ese tiempo, revivió cuando ya estaba enterrado. Tal vez mi mentora del restaurante de papas a la francesa tenía razón al preocuparse por la manera en que debían ponerla a “descansar”.

La mayoría de los cristianos, como la mayoría de los que no son cristianos, no le temen a la muerte, sino más bien a la manera en la que van a morir. Todos vamos a morir, eso lo sabemos. No obstante, nos rehusamos a enfrentar la realidad de nuestra muerte siempre inminente, al igual que la manera en la que partiremos. Eso, hasta que la larga noche de todos nuestros días llegue y nuestras sombras se prolonguen sobre el suelo arenoso. Eso, hasta que el doctor quiera que vayamos a su consultorio para ‘conversar’. Eso, hasta que alguien cercano a nosotros es arrebatado en la flor de la vida, fuera de tiempo, con todos sus sueños como regalos de navidad sin abrir, esparcidos a lo largo del camino hacia el cementerio. Así que te recuerdo en esta noche, amigo cristiano, que a menos que el Señor regrese durante tu tiempo de vida, tú morirás y el juez de instrucción registrará la causa de tu muerte, y tu familia y amigos observadores contarán cómo fue.

La mayoría de las personas desean que su muerte sea digna, rápida, sin complicaciones, entre sábanas blancas de algodón y con su familia al lado. La mayoría desea impartir unas palabras finales de sabiduría y luego, con un suspiro satisfecho, dulcemente pasar a mejor vida con todo el honor y la dignidad que posible. No obstante, el asunto de la muerte rara vez sucede así.
Tomás, aquel silencioso contemplativo, después de una vida de servicio sacrificado, después de una vida de ser un testimonio viviente, cierra sus párpados con la esperanza de abrirlos en el cielo, sólo que cuando efectivamente los abre, se da cuenta de que su tren todavía no ha llegado, y que Dios nos ayude, ¡porque se ha detenido en las ‘catacumbas’! ¡Horrible! Esteban ve a Cristo a la diestra de Dios, y luego recibe unas cuantas piedras en su cabeza que lo mandan al cielo. La tradición dice que Isaías, aquel visionario extraordinario, muere en un truco mágico demoníaco y maníaco, al ser cortado por la mitad. ¡Apuesto a que tampoco aceptó de buena gana su destino! Otros son consumidos vivos por las llamas o por hongos enconados, o son colgados, destripados, descuartizados, volados en pedazos, gaseados, ahogados, atravesados, les arrancan el cuero cabelludo, son congelados, abandonados a morir de hambre, desmembrados o incluso mueren por causa de la desesperación.

Amigos, con excepción de aquel momento de un abrir y cerrar de ojos que está por venir, obviamente no existen garantías respecto a la manera en la que vamos a partir. Ahora, no creo que ‘buscar’ la SALIDA sea una opción para nadie, ¡mucho menos para un cristiano! No, en este extraño mundo perdido, para nosotros los seguidores de Jesús, lo correcto sigue siendo aún escoger siempre la vida, tanto para nosotros como para los demás. Esto significa que en la gran mayoría de casos, el método según el cual partiremos no es decisión nuestra. Claro que, nuestra manera de morir, al igual que de vivir, está influenciada por nuestras decisiones. Por ejemplo, si juegas en las vías del tren o saltas a una piscina infestada de tiburones, puedes en cierta medida garantizar la manera en la que partirás. No obstante, aparte de eso, desde nuestra perspectiva humana, la manera en la que moriremos es básicamente impredecible.

La verdad es que no podemos ni siquiera garantizar la manera en la que viviremos, querido amigo, y por tanto al final, ¿cómo podemos nosotros, los que continuamente escogemos la vida, garantizar la manera en la que moriremos? ¡No podemos! No, lo único que podemos garantizar es la actitud con la que nos aproximaremos a la manera en la que moriremos. Les estoy dando un pequeñísimo consuelo, lo sé, ¡pero es todo lo que tengo!

Entonces, ¿cómo es que deberíamos morir? Bueno, permítanme decir que deberíamos morir ¡de la misma manera en la que vivimos! Sean valientes, sean fuertes, sean tan valerosos como puedan. Busquen ángeles a lo largo del camino. Busquen a Jesús al final de su camino, al final de su cama, al final de su cuerda. Desapéguense de todo aquello que es pasajero y aférrense a las cosas eternas. Si vivimos de esta manera, entonces nuestra actitud frente a la manera en la que moriremos bien podrá reflejar también algo de lo eterno. Supongo que en esta noche los estoy animando a vivir como un moribundo. En otras palabras, los estoy invitando a tener valor, los estoy invitando a tener fortaleza y vida, incluso en la muerte, y especialmente en la manera en la que morirán.

Mañana, cuando se levanten, rían, amen, vivan y dejen lo demás a Dios. En este mundo perdido, eso es todo lo que podemos hacer, pero incluso así, ¡puede ser bastante bueno!

Medita: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” - Juan 10:10

Ora: Oh, Señor de la vida, que ella no me sea robada en este lado del cielo. Amén y Amén.

 

No comments:

Post a Comment