Monday, October 10, 2011

Oct | 10 | La palabra susurrada

Palabra para meditar – ESCUCHAR
 

Lucas 21:25-28
“Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. En la tierra, las naciones estarán angustiadas y perplejas por el bramido y la agitación del mar. Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al mundo, porque los cuerpos celestes serán sacudidos. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y gran gloria. Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención.”

La palabra susurrada

Afuera de mi ventana, alto y firme como un centinela en pie extendiendo sus ramas cargadas de abundantes frutos rojos, está un “árbol susurrante”. Alejando a las brujas y soplando su conocimiento al viento cálido del otoño, a través del leve crujido del cristal de mi ventana entreabierta, sus antiguas palabras llegan con la sutilidad de una pluma a mis oídos atentos. Ellas dicen: “Prepárate. Mira hacia arriba, porque tu salvación se acerca”. Sí, el Serbal, la antigua mujer del otoño revestida de escarlata, ahora está lista para contarle sus secretos a todos los que se tomen el tiempo de escuchar.

Al escribir este ‘Susurro’ en este día de otoño de 2008, el choque financiero global ya está empezando a sentirse. El mundo no volverá a ser el mismo nunca más, y pronto las repercusiones tipo tsunami de toda nuestra avaricia estrafalaria, alcanzarán a los campos expectantes de las tierras bajas. Aun así, en medio del desorden agitador del que se habla en todos nuestros asombrados y alarmados canales noticiosos las 24 horas, no hay ni una sola cabeza que se vuelva hacia Dios. Ni una mirada elevada hacia lo alto. Ni una sola boca que esté pidiendo ayuda a Dios. ¡Dios mío! Incluso la Iglesia se sienta estupefactamente tranquila, con los ojos desorbitados y corta de entendimiento, crispándose como un niño pequeño en su pañal sucio, mientras chupa un martillo de plástico amarillo. No tiene nada que decir. Porque, ¿qué podría decir? Regresó a una infancia insensata hace mucho, mucho tiempo, cuando en su sabiduría terrenal antigua y oxidada, aceptó a la “seguridad inofensiva” como su niñera, y a la virgen de la “espiritualidad resignada” para que se quedara entre sus sábanas y mantuviera calientes sus pies viejos, fríos y totalmente impotentes.

El banquete que dio el Serbal, el árbol receptor de pájaros, llena los estómagos de esas creaciones emplumadas de los cielos, con carne naranja y ricos semilleros en pequeñas chaquetas de negro profundo. Luego, estos mismos pájaros satisfechos, en sus viajes que dan testimonio de la bondad de Dios, depositan fértilmente en los arcos expectantes de otros árboles, en los peñascos altos, en las rocas partidas por el clima, y en todos los lugares de la tierra más imposibles y difíciles de alcanzar, todas las posibilidades de una bondad rica y rojiza. Al echar raíces, estos arbolitos frescos, se vuelven más míticos y valiosos en su capacidad y en su poder. Esto es un secreto que les estoy revelando. Verán: Las palabras implantadas, cuando producen una cosecha en el más improbable de los lugares, cobran un poder milagroso propio. Los antiguos lo sabían.

La Biblia es un ‘serbal’ que susurra sus secretos a todos los que con hambre se sientan bajo sus ramas colgantes, ricas y llenas de frutos rojos. La Palabra de Dios es una semilla que debe plantarse, un fruto rojo que debe buscarse, lleno de sol naranja; y sus jugos exprimidos, cuando se mezclan con nuestro ‘vino’ diario, verdaderamente nos hacen dichosos. Entonces, a todos los que aman al Señor y también anhelan Su manifestación, les digo que: Sí, ahora más que en cualquier otro momento, es tiempo de sentarse bajo Su arbol Serbal y de escuchar Sus susurros, porque hay cosas que necesitamos saber. Aquel que tenga oídos para oír, que oiga.

Medita: “En lo secreto me llegó un mensaje; mis oídos captaron sólo su murmullo. Entre inquietantes visiones nocturnas, cuando cae sobre los hombres un sueño profundo, me hallé presa del miedo y del temblor; mi esqueleto entero se sacudía. Sentí sobre mi rostro el roce de un espíritu, y se me erizaron los cabellos. Una silueta se plantó frente a mis ojos, pero no pude ver quién era. Detuvo su marcha, y escuché una voz que susurraba: ¿Puede un simple mortal ser más justo que Dios? ¿Puede ser más puro el hombre que su Creador? Pues si Dios no confía en sus propios siervos, y aun a sus ángeles acusa de cometer errores, ¡cuánto más a los que habitan en casas de barro, cimentadas sobre el polvo y aplastadas como polilla! Entre la aurora y el ocaso pueden ser destruidos y perecer para siempre, sin que a nadie le importe. ¿No se arrancan acaso las estacas de su carpa? ¡Mueren sin haber adquirido sabiduría!” Job 4:12-21

Ora: Enséñame, SEÑOR, a seguir tus decretos, y los cumpliré hasta el fin. Dame entendimiento para seguir tu ley, y la cumpliré de todo corazón. Dirígeme por la senda de tus mandamientos, porque en ella me deleito. Inclina mi corazón hacia tus estatutos y no hacia la avaricia. Aparta mi vista de cosas vanas, avívame en Tu camino. Confirma tu palabra a tu siervo, que te teme. Quita de mi el oprobio que he temido, porque tus juicios son buenos. He aquí yo he anhelado tus mandamientos. ¡Dame vida conforme a tu justicia!” Salmos 119:33-40

 

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