Thursday, June 2, 2011

Jun | 02 | Del pico del águila

Palabra para meditar – DESCUBIERTO

Salmos 141:2

“Que suba a tu presencia mi plegaria como una ofrenda de incienso; que hacia ti se eleven mis manos como un sacrificio vespertino.”

Del pico del águila

Cuando el Imperio Británico empezaba a suspender operaciones, un día como hoy en el año de 1953, parecería ser que el último de los monarcas británicos bien amados, más recientemente respetados y más distinguidos, se coronaba como Reina de los pueblos del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, de Canadá, Australia, Nueva Zelanda, la Unión de Sudáfrica, Pakistán y Ceilán, y otras Posesiones y Territorios del Imperio en caída. La coronación de Su Majestad la Reina Isabel II se realizó un día como hoy en la Abadía de San Pedro en Westminster.

La forma y el orden del servicio celebrado en esa ceremonia son tan imponentes, como lo fue en ese día su Real Majestad. A partir de ese texto propicio para la ceremonia Real, se puede sacar mucho para nuestra edificación. Sin embargo, es de la 7ª parte del servicio, titulada “la Unción”, que en esta noche podemos nosotros mismos obtener instrucción y unción del cielo. Digo del cielo porque la mismísima vasija, el águila dorada de cuyo pico caen las gotas de óleo para la unción de los monarcas, “La Ampolla”, como se le llama, aparentemente había sido entregada desde el cielo, a través de las manos de María, al mismo Tomás Becket. Después de entregarla y mientras recogía la firma de Becket por el mencionado paquete celestial, María afirmó también que todos los reyes ungidos con ese óleo se convertirían en “campeones de la Iglesia”.

La Ampolla, escondida y luego perdida en Francia por un par de siglos, fue finalmente “redescubierta” a través de un sueño concedido a un hombre santo. Su posterior uso como propaganda para la reclamación de las tierras perdidas entonces en aquella hermosa tierra de Francia, hizo que su utilización en la ceremonia de coronación fuera de un valor inestimable para cualquier monarca británico que buscara la justificación celestial para la conquista temporal de cualquier pedazo de tierra, ¡especialmente si era de tierra francesa!

La importancia de La Ampolla se hizo evidente cuando al usarse por primera vez durante la coronación de Enrique II, recibió su propio carro para la procesión. De hecho, aunque estaba cubierta con una tela de Damasco, fue transportada por una figura no menos importante como lo era el mismísimo sacristán de la Abadía de Marmoutier, siendo llevada a la Abadía de Westminster por un corcel blanco inmaculado.

Dejando a un lado la leyenda y la propaganda, es a esta misma Ampolla, a este pico de águila que destila óleo, al que volcamos nuestra atención, porque en la ceremonia de la unción de Isabel, el Arzobispo con una mano en La Ampolla y con otra en la Reina consagrada, dice:
Fortalécela, oh Señor, con el Espíritu Santo consolador;

Confírmala y establécela con tu Espíritu libre y espléndido,
El Espíritu de sabiduría y gobierno,
El Espíritu de consejo y de fortaleza espiritual,
El Espíritu de ciencia y de verdadera piedad,
Y llénala, oh Dios, con el Espíritu de tu santo temor,
Ahora y por siempre;
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Ahora llegamos a la parte importante, a la parte instructiva, a la manzana de oro ardiente, enmarcada en plata brillante, porque justo antes de que el Arzobispo unja las manos, el pecho y la cabeza de ella con el signo de la cruz, lo cual se hace con el óleo celestial de la unción, se realiza algo de enorme y vital importancia. Está escrito en el orden litúrgico del servicio del día, tal como aparece a continuación:

Entre tanto, la Reina levantándose de sus oraciones, habiendo sido despojada de su manto carmesí por el Gran Lord Chambelán, asistida por la Dama de Compañía y descubierta, irá delante del Altar, apoyada y acompañada como antes.

“Levantándose de sus devociones, despojada, asistida, descubierta, apoyada hasta llegar delante del altar”. En esta noche les digo que no hay mejor manera, probablemente ninguna otra manera correcta, en la que un Príncipe o un mendigo, pueda comenzar cualquier tarea que el cielo le haya encomendado hacer.

¿Se dan cuenta de esto? ¿Alguna vez lo han pensado? ¿Han comenzado a entregarse a la voluntad de Dios en esto? ¿Atentos a Su voz, dispuestos a recibir la gran comisión que Él tiene para ustedes? ¿Ya dejaron a un lado su manto carmesí y se han acercado al altar del poder soberano de los Cielos, desnudos, apoyados, ayudados, necesitados? Si no lo han hecho, si todo lo que han hecho es agarrar un montón de papeles coloridos, títulos universitarios, y sonreído con regocijo delante de los fotógrafos con sus flashes, mientras contemplan en lo alto los birretes negros que caen desde el cielo azul, entonces que Dios los ayude, y que Dios tenga misericordia de cualquier congregación a la que los hombres los hayan mandado a ustedes a pastorear y a dirigir, porque siempre serán unos tontos en la iglesia y nunca verdaderos “campeones de La Iglesia”.

La humildad pública y la necesidad desnuda y expresada delante del altar del Señor, siempre precede a la gota de óleo que cae del pico del águila; siempre precede a una regla exitosa, e insisto: siempre. Sin ellas jamás conocerán, ni tampoco podrán asumir una presencia legítima, poderosa y con autoridad dentro de la iglesia de Jesucristo.

Medita: “Allí el sacerdote Sadoc tomó el cuerno de aceite que estaba en el santuario, y ungió a Salomón. Tocaron entonces la trompeta, y todo el pueblo gritó: ¡Viva el rey Salomón! Luego, todos subieron detrás de él, tocando flautas y lanzando gritos de alegría. Era tal el estruendo, que la tierra temblaba.” 1ª Reyes 1:39-40

Ora: Señor, envía el águila de tu comisión celestial y haz que podamos sentir sus garras afiladas como si fueran una corona de espinas: Traspasa nuestra cabeza, quiebra nuestro cráneo y atraviesa nuestra mente, y luego, oh Rey, cuando volvamos nuestra mirada a Tu cielo en busca de alivio, derrama de su pico el óleo de tu comisión sobre nuestras cabezas. En el nombre de Jesús te lo pedimos. Amén.

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