Saturday, June 4, 2011

Jun | 04 | Abofeteadores secretos

Palabra para meditar – BOFETADA

Hechos 23:1-3
“Pablo se quedó mirando fijamente al Consejo y dijo: ‘Hermanos, hasta hoy yo he actuado delante de Dios con toda buena conciencia.’ Ante esto, el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban cerca de Pablo que lo golpearan en la boca. ¡Hipócrita, a usted también lo va a golpear Dios!, reaccionó Pablo. ¡Ahí está sentado para juzgarme según la ley!, ¿y usted mismo viola la ley al mandar que me golpeen?”

Abofeteadores secretos


Hace poco contraté los servicios de un Comprador Secreto. Por medio de una organización cristiana pagué para que un no-cristiano fuera a una iglesia local e hiciera un informe respecto a un conjunto de criterios que iban desde la bienvenida hasta la adoración, la precisión de lo que se decía en la cartelera de avisos e incluso la amabilidad de la gente. El reporte fue bastante instructivo y como asunto secundario, la iglesia en cuestión pareció salir bastante bien librada. En nuestro versículo de esta noche, el apóstol Pablo es visitado por un abofeteador secreto; el reporte tal vez no es tan bueno, sin embargo, reconozco que todos necesitamos, a veces, la visita de algunos abofeteadores secretos, y pareciera que Dios, en Su extraordinaria bondad, ¡los envía con cierta regularidad!

La observación y el reporte sobre la reacción del apóstol Pablo ante este ‘abofeteador secreto’, tanto aquí como más adelante en el mismo pasaje, me da cierta esperanza con respecto a mi propia humanidad. Advierto que no es una excusa para el pecado, no; sino es una esperanza en cuanto a la clase de vaso imperfecto que Dios todavía considera utilizar. Luego, sólo unos cuantos versículos más adelante, las maquinaciones políticas de Pablo ¡le traerán un sinfín de problemas! Pero en este punto hay que notar que la bofetada en el rostro va seguida de una respuesta instantánea de pelea por parte de Pablo, representada en una fuerte amenaza verbal, y luego de una rápida maldición posterior representada en el deseo de que la gran mano de Dios abofeteara el rostro de la aparente fuente de su humillación y dolor actuales, es decir, del mismo sumo sacerdote. La mejor prueba de la santificación de un hombre siempre ha sido que primero se le acuse falsamente y luego que se le abofetee en público. Nuestra respuesta ante semejante trato siempre revelará hasta qué punto hemos llegado, cuán lejos hemos avanzado en nuestra santificación.

Si conoces a alguien que exhibe un tipo de actitud que sugiere “me he vuelto más santo que tú y tengo mucho que enseñarte”, permíteme invitarte a que te acerques a él y le des una pequeña bofetada. Si es sabio, descubrirá que su respuesta a semejante trato es muy instructiva para él. ¡Me pregunto si sería bueno que los ‘abofeteadores secretos’ fueran contratados por la mayoría de los comités de selección, y que como parte de su trabajo, fueran también a abofetear al Pastor por lo menos dos veces al año! Me parece que es una idea que merece consideración, especialmente si el Pastor aún no se ha alejado completamente del seminario.

Si has estado por estos lados lo suficiente, sin duda alguna ya has tenido una de esas conversaciones condenatorias; tal vez has recibido una de esas cartas cortantes que cuestionan tu corazón, tu moral, tu llamamiento, tu integridad… Si todavía no te ha llegado, pues sólo espera un poco… ¡está en camino! Tal vez la siguiente enseñanza te sea de ayuda cuando eso suceda.
Hablé con un hombre a quien le había pasado esto y él me dijo que después de su respuesta Paulina a la bofetada en el rostro, una buena caminata para conversar con Dios y liberar la adrenalina, le había traído una revelación serena, y luego un buen tiempo de risa, porque se dio cuenta completamente que lo que se había dicho de él de hecho distaba mucho de la verdad en cuanto a lo malo que él era en realidad. De hecho no estaba preparado para ser parte de ningún llamamiento santo, sino que estaba ahí únicamente por la gracia de Dios. Y no obstante más que eso, si lo que había en su corazón se hubiera manifestado mucho más externamente de lo que se había manifestado, para entonces sería la única persona que aún estuviera encerrada en Alcatraz. “Si supieran cuán malo realmente fui”, dijo, “ni se me acercarían”. El hecho de que él fuera mucho peor de lo que el abofeteador secreto había dicho, y que aun así Dios lo amara y lo utilizara, sencillamente lo había hecho reír.

Pablo sabía que él era mejor que aquellos que lo habían abofeteado. También sabía que él era tan malo, si no peor, que ellos.

Si la intensidad de tus acciones, el rumbo de tus elecciones, el blanco de tu lengua feroz, sí… si tu propio corazón va a ser juzgado por los demás, entonces, seguramente, cada acusación será verdadera… y algo más: Una vez que nos demos cuenta de que la ridícula respuesta de autoprotección ante la pequeña bofeteada en el rostro de este abofeteador secreto es nada, en comparación con los impulsos escondidos y rabiosos y las acciones de nuestro corazón, entonces nos daremos cuenta que esa comprensión, esa revelación, terminará en risa. Estoy seguro de que todos nosotros somos mucho, pero mucho peores de lo que cualquiera pueda percibir jamás. Si tú no crees serlo, mi amigo, ¡te profetizo que una bofetada viene en camino! Ahora ten cuidado.

Medita: “Ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí. Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí. Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo. ¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! En conclusión, con la mente yo mismo me someto a la ley de Dios, pero mi naturaleza pecaminosa está sujeta a la ley del pecado.” Romanos 7:17b-25

Ora: Señor, gracias por el regalo de los abofeteadores secretos. Ayúdame a tomar nota de la suciedad que la bofetada arrancará de las entrañas de mi alma y que veré reflejada en mi mejilla roja, brillante y que arde. Amén.

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