Monday, June 27, 2011

Jun | 27 | Jecolías de Jerusalén

Palabra para meditar – ORACIÓN

2 Reyes 15:1-2
“En el año veintisiete del reinado de Jeroboam, rey de Israel, Azarías hijo de Amasías, rey de Judá, ascendió al trono. Tenía dieciséis años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén cincuenta y dos años. Su madre era Jecolías, de Jerusalén.”

Jecolías de Jerusalén


El antiguo sistema patronímico de los nombres, utilizado con los hijos galeses, eventualmente condujo a un buen número de personas a tener el mismo nombre y a vivir en la misma localidad, aunque no tenían la menor relación sanguínea. Como ayuda para distinguirse unos de otros, fueron más tarde identificados tanto por su nombre como por su ocupación. Así, Dai el conductor de tren de la localidad bien podría llamarse “Dai el Vapor”, mientras que su vecino el director de pompas fúnebres podría haberse llamado “Dai el Cofre”, el panadero “Dai el Pan”, y así sucesivamente. Podemos suponer de nuestro versículo de esta noche que Jecolías era un nombre común, y que las personas no se distinguían tanto por su ocupación sino por su localidad. Ingresando al escenario entonces, por la puerta de la izquierda, tenemos a “Jecolías de Jerusalén”.

La Biblia dice muy poco sobre esta mujer, de hecho sólo es mencionada a causa de su relación con su famoso esposo, y en este caso con su hijo aún más famoso. Sin embargo, yo diría que su nombre lleva la marca de la realeza y me pregunto si tal vez de su comportamiento, su destino y su progenie. Después de todo, con toda seguridad ser llamada “Jecolías de Jerusalén” era un gran honor, porque no sólo recibía el nombre de la ciudad del gran Rey sino que su nombre significa el “poder y la perfección del Señor”. Y a tí, ¿qué te parecería tener un nombre así, para tener que vivir de acuerdo con él?

Jecolías de Jerusalén sobrevivió a su esposo y fue una madre maravillosa para el joven rey Uzías. Algunos dicen que Uzías podría no haber sido el primer nacido de Amasías, sin embargo la gente lo aceptó y lo hizo rey. Si este es el caso, entonces Jecolías de Jerusalén lo había preparado bien, porque este rey gobernó bien durante 52 años y sin duda alguna las oraciones y consejos de Jecolías de Jerusalén siempre estuvieron disponibles para él. Así que Uzías, hijo de Jecolías de Jerusalén, pupilo de Zacarías, puso a marchar de la mano a su prosperidad y a su piedad, y fue bendecido. Un gran general, una maravilla de guerrero, un granjero fantástico, un constructor brillante, un tipo de grandes fortificaciones y de una fama incluso superior. Sí, nada podía ser superior, ni más grande para el Rey Uzías, un hombre de torso musculoso y quijada cuadrada.
Me pregunto si antes del gran castigo a este gran rey, esa Jecolías de Jerusalén había muerto. No lo sé, pero no me sorprendería, porque detrás de todo gran hombre, no sólo hay una mujer sorprendida, sino usualmente una amorosa, una que ha sufrido durante mucho tiempo y una que ha orado; y mis amigos, cuando un guerrero orador del amor deja el campo de la gracia, puede realmente convertirse en un tiempo muy precario, porque aquellos que antes han pisado serpientes, han podido hacerlo gracias a que esas serpientes anteriormente habían sido sometidas de manera notable a través de la oración. ¡Oh! ¡Cuánto anhelo la oración persistente de las viejecitas que pueden mover montañas alrededor de una taza de té!

En cualquier caso, Uzías se envanneció. Parecería que no hubiera quedado nadie a su alrededor, que tuviera la autoridad para darle la reprimenda que necesitaba. Y por eso pecó en contra del Señor entrando al santuario de Su Templo Santo y quemando incienso él mismo en persona, sobre el altar del incienso. Azarías, el sumo sacerdote, se fue a buscarlo con ochenta sacerdotes del Señor, todos hombres valientes que confrontaron a Uzías diciendo: “No te corresponde, Uzías, quemar incienso al Señor. Ese es trabajo exclusivo de los sacerdotes, de los descendientes de Aarón que han sido escogidos para este trabajo. Sal del santuario, has pecado. El Señor Dios no te honrará por esto”. Pero Uzías, que estaba sosteniendo el incensario, se enfureció. Y mientras estaba allí encendido de ira contra los sacerdotes, la lepra, como un acné devorador de la carne, de repente apareció en su frente. Cuando Azarías, el sumo sacerdote, y los otros sacerdotes vieron la lepra, sacaron de inmediato a Uzías del templo. Como pueden imaginar, el mismo Uzías estaba ansioso por salir también, porque el Señor lo había abofeteado. Sí, el Señor lo había abofeteado severamente. Entonces el Rey Uzías terminó con lepra hasta el día en que murió, viviendo en aislamiento, excluído del templo, muriendo solo e incluso enterrado no con sus ancestros sino a un lado de ellos, en un campo cercano.

Me pregunto si las oraciones y el consejo de Jecolías de Jerusalén lo llevaron al trono, lo sostuvieron allí y también lo hicieron próspero allí. Me pregunto si ella le dio una buena bofetada de vez en cuando. Me pregunto si su ausencia, su falta de oraciones y de una bofetada amorosa llevaron a que su mente se ennorgulleciera, trayendo la subsiguiente ceguera en sus ojos y el envenenamiento de su corazón. Eso me pregunto.

A todas las Jecolías de Jerusalén les digo, “vivan de acuerdo con su nombre y sigan intercediendo por sus hijos”. Oh, y mientras estén orando por ellos, por favor... ¡recuérdenme!

Medita: “Al orgullo le sigue la destrucción, y a la altanería, el fracaso.” Proverbios 16:18

Ora: Señor, llena nuestras vidas con muchas Jecolías. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.

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