Friday, May 2, 2014

May | 02 | No era un extraño en el autobús, ni un perdedor como nosotros

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No era un extraño en el autobús, ni un perdedor como nosotros

Juan 1:14
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…(Reina Valera 1960)


Ahora bien, he aquí la maravilla: El Verbo se hizo carne pero no permaneció en un palacio protegido y rodeado de lujos y satisfacción sensorial. El Verbo se hizo carne pero no se quedó en alguno de los elevados pórticos del Rey de la tierra, como un monarca desconectado de la realidad, como un pálido príncipe mirando hacia abajo al planeta que se encontraba a Sus pies. ¡No señor! cuando el Verbo se hizo carne no permaneció distante e intocable, tampoco remoto e inaccesible, sino más bien se convirtió, sin pecado, en uno de nosotros.

Fue concebido. Creció en el útero. Fue bebé. Se alimentó del pecho de su madre. Fue pobre. Buscó refugio en el regazo materno. Fue un inmigrante. Fue un niño pequeño. Recibió educación en Su hogar. Luego fue adolescente. Asistió a la escuela. Aprendió un oficio. Era un hombre. No era rico aunque poseía Su propio negocio. Las astillas se le clavaban. Le salían callosidades. Transpiraba. Cuando estaba cansado, dormía. Pagaba los impuestos. Llevaba las cuentas. Lloraba, reía, amaba, comía, bebía, se divertía, iba al baño. Tenía una madre. Tenía responsabilidades, incluso las que correspondían al hijo mayor. Tenía tíos y tías, hermanos y hermanas, algunos de los cuales pensaban que estaba loco. Tenía amigos. Tenía enemigos. Había mujeres que lo buscaban. Conoció el hambre y la sed. Perdió su hogar, por segunda vez. Era un viajero. Su nombre no era respetable, ciertamente, y Su nacimiento siempre pareció estar cuestionado. Conoció la soledad y la traición. Conoció la pérdida. Conoció la tentación. Conoció el silencio. Vio y escuchó las olas golpeando en la orilla y sintió el sol y el viento salado enarenando su rostro. Se bañó, conversó, degustó y tocó; también olió, miró, escuchó, oyó y adoró. El latido de su corazón le daba la vida y en todas estas cosas humanas Él fue hecho a la semejanza de nosotros, Sus hermanos. Él vivió entre nosotros, sí, se convirtió, sin pecado, en uno de nosotros.

Sin embargo, hay tres grandes cosas que lo diferencian de nosotros:

Primero, en Él no había pecado. En Jesús no existía la naturaleza pecaminosa ensombreciendo sus pasos, ni una materia oscura que inclinase Su corazón hacia la maldad. En Él no había pecado y Él nunca pecó.

Segundo, Él no murió como nosotros. Yo diría que Jesús jamás habría envejecido. Yo creo que Él hubiera permanecido en la perfección de Sus treinta y tres años por siempre, y que la muerte no habría tenido ningún poder sobre Su humanidad, y que Él hubiese vivido eternamente. No, Él no murió como nosotros a consecuencia de Su propio pecado o de alguna naturaleza pecaminosa que le fuera legada por el primer Adán. ¡Él no tenía ninguna de estas cosas! No obstante esto, Jesús sí murió y su muerte fue la de un pecador, sí… la Suya fue la muerte de todos los pecadores. Jesús era el Cordero de Dios sin mancha sobre el que se colocaron todos los pecados del mundo, y por los cuales sufrió y murió.

Tercero, por Su propio poder, Él se levantó de los muertos. Luego de haber pagado el castigo completo por nuestros pecados, la muerte no pudo retenerlo y es por eso que Se levantó victorioso de entre los muertos como el conquistador, el último Adán que es el primer fruto de aquello en lo que nos convertiremos nosotros, los que estamos en Él.

Por estas tres diferencias, el Verbo se hizo carne para cumplir con un propósito: ¡el llevar a muchos hijos a Su Gloria! Reflexiona: En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. Tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo origen, por lo cual Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos, Hebreos 2:10-11 NVI Ora: Oh Cristo, nuestro Salvador, el primer fruto de la creación, anima nuestros corazones para que sepamos que cuando te veamos, seremos como Tú. Dios del cielo, Dios hecho hombre en el cielo, Maravilla de los ángeles, Amado de nuestros corazones, Te adoramos este día. Amén y amén.


Reflexiona:- En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. Tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo origen, por lo cual Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos, Hebreos 2:10-11 NVI

Ora: -  Oh Cristo, nuestro Salvador, el primer fruto de la creación, anima nuestros corazones para que sepamos que cuando te veamos, seremos como Tú. Dios del cielo, Dios hecho hombre en el cielo, Maravilla de los ángeles, Amado de nuestros corazones, Te adoramos este día. Amén y amén.

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